lunes, febrero 13, 2017

El colegio de las reses

En el colegio de reses todos los días comienzan igual. En las mañanas oscuras de invierno, cuando ni siquiera los pájaros cantan, el estridente sonido de la campana interrumpe el silencio. 
Dentro, las reses dormidas avanzan arrastrando los pies. Marchan hacia el ritual matutino, ese en el que suenan en un equipo viejo ocho compases distorsionados de una canción patria cuya letra ya nadie recuerda.
Nadie quiere ir expuesto en el frente de la fila. Todos quieren esconderse, difuminarse en la multitud, quedarse al final para entrar primero al aula y conseguir el mejor banco. Al fondo, otra vez.
Mientras tanto, al frente, la directora parece odiar esta descoordinación. Nadie la escucha porque a nadie le importa. Lo único que se distingue en su discurso es la frase “pueden entrar a las aulas” como un látigo en las espaldas de los cientos que se apresuran por entrar al corral. Avanza el ganado. Los alumnos se amuchan, congestionando los pasillos. El vocerío adolecente se aúna en un mugido somnoliento.
En el aula, comienza la batalla por los bancos. Por ese que tiene todas las patas del mismo largo, por ese que tiene la silla de la altura adecuada, por ese que todavía tiene la chapa abajo para poder poner la carpeta. Chillidos de metal rasgando las ennegrecidas baldosas blancas invaden el colegio. Los cuerpos de los estudiantes caen sobre las sillas como árboles talados. La preceptora pide silencio a gritos. El bullicio se calla pero reprende de a poco mientras la lista va llegando a su fin.
El profesor entra al aula. Hace vagos intentos de despertar apáticos cerebros que continúan mirando sus bolsillos, contando los segundos.

“Se nota que no estudiaron ¿A dónde quieren llegar si siguen así?  Hay que dejar de ser tan vagos”. “Si, si, si”, mugen los alumnos y la sinfonía animal se eleva en el pesado aire caliente hasta que la campana de salida les devuelve su humanidad.

La niña del paraguas

Comentario de la autora: Esta es la mejor forma que encontré, cuando aun iba al colegio,  para desahogar toda esa angustia que me causaba la represión creativa que llamaban "educación".

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